De todas las vegas de España tal vez la más hermosa es la de Granada, cuna de Federico García Lorca y fuente primordial de su inspiración literaria. Dominada por la imponente mole de Sierra Nevada y atravesada por el río Genil y su afluente el Cubillas, la fértil llanura en cuyo borde oriental se asienta la afamada ciudad, fue durante siglos un mundo aparte, cerrado sobre sí mismo, donde la vida discurría mansamente y el hombre vivía en íntima compenetración con la tierra.
La población del Soto crecía, y en 1868 los setecientos habitantes censados en 1813 habían aumentado a unos tres mil. Una expansión tan rápida era resultado en parte de las innovaciones agrícolas introducidas por los ingleses, innovaciones que, sin ser espectaculares, suponían por lo menos una mejora de los métodos antiguos. Otro estímulo era la fuerte demanda industrial de cáñamo y lino, ambos florecientes en la Vega. Según Hammick, la enfiteusis, el sistema que permitía a los colonos del Soto arrendar y subarrendar sus terrenos casi ad infinitum contribuyó también a la explosión demográfica. Alrededor de 1880 se dio otra circunstancia mucho más decisiva para la situación demográfica y económica no solo del Soto de Roma sino de la Vega en general: el descubrimiento de la remolacha azucarera. La pérdida de Cuba, que pasó a manos de Estados Unidos en 1898, ayudó poderosamente este proceso, ya que con ella se acabó la importación de azúcar barato cubano. De la noche a la mañana fue la fiebre de la remolacha. Por todos lados surgieron fábricas de azúcar, con sus altas chimeneas, y en poco tiempo amasaron grandes fortunas los terratenientes vegueros. Entre ellos, Federico García Rodríguez, padre del futuro poeta.
Ian Gibson, Vida, pasión y muerte de FGL, Volumen 1 , Fragmentos del capítulo 1. Ediciones Folio, 2003